Todo parece comenzar con un hashtag que explota en las redes sociales. Se pliegan personalidades de la cultura, del periodismo, del deporte, de los más diversos ámbitos sociales. Y tras el “éxito” de la consigna, vienen las adhesiones de la farándula y la política tradicional, que no pueden permitirse, en plena campaña electoral, quedar fuera del fenómeno.
#NiUnaMenos surge de un grupo de periodistas, escritores y artistas realmente preocupados por la violencia contra las mujeres.
#NiUnaMenos se hace eco de lo que muchas organizaciones de mujeres y derechos humanos, como Pan y Rosas (con 12 años de existencia) o la Casa del Encuentro
(el observatorio de femicidios que releva los casos), venimos denunciando: no hay crímenes pasionales; las mujeres no provocamos nuestra propia muerte porque decidimos separarnos, hastiadas de la violencia en la pareja.
Las mujeres no buscamos que nos maten por celos, según indican fallos judiciales –como los de Horacio Piombo y otros jueces retrógrados– o como señalan las millones de denuncias desatendidas por la Policía.
Los homicidios de mujeres se basan en prejuicios ancestrales que nos conciben como propiedad de otros, que marcan nuestros cuerpos para estar a disposición del goce de otros, que señalan que nuestras vidas están para servir a otros en todos los órdenes de la vida (sean hombres, niños, ancianos).
Esos crímenes son el último eslabón de una cadena de violencia cotidiana que se ejerce en los múltiples ámbitos de una sociedad capitalista y patriarcal.
Esos prejuicios actúan de manera tal que cada vez que una mujer es asesinada, todas las otras somos llamadas al orden porque, ¡ojo!, podemos ser la próxima. Una muerta cada 30 horas nos marca que puede ser nuestra hermana, madre, cuñada, compañera de trabajo o de estudio. Que podemos ser nosotras mismas.
Esos prejuicios son sostenidos por los medios de comunicación
que nos muestran como objetos de consumo y de marketing. Por una Iglesia hipócrita, que nos habla
de vida mientras hace lobby para que una de nosotras –también cada 30 horas– muera por las consecuencias del aborto clandestino.
“Defender la vida”, dicen, mientras desde el Vaticano condenan la homosexualidad y la conquista del matrimonio igualitario es tildada como “derrota de la humanidad”. “Defender la vida”, ¿mientras nuestras compañeras trans no superan los 35 años de vida por estar en su mayoría arrojadas a la miseria y la prostitución?.
#Niunamenos es también alzar la voz por nuestras compañeras asesinadas a golpes por la Policía transfóbica.
Sobre estos prejuicios, el propio Estado y las patronales, con la concurrencia de los sindicalistas traidores, nos relegan a ser el último orejón del tarro –junto a jóvenes e inmigrantes– en el mundo del trabajo. ¿Cómo poder emanciparnos económicamente si la mitad de nosotras, en la Argentina, trabaja precarizada y en negro?
Nuestras muertas
Decimos #NiUnaMenos no como discurso de ocasión ni por la foto publicitaria, ni con la hipocresía de los verdaderos responsables de que esta violencia se perpetúe día a día. Lo decimos con odio, porque es una de nosotras la que se va.
Como trabajadora de la educación, no acepto la foto cínica de los 24 ministros que se “comprometen”, en 2015, a que se apliquen los contenidos curriculares “mínimos” de una Ley de Educación Sexual Integral sancionada en 2006, que poco se ejecuta, obstaculizada por la Iglesia Católica. Porque son nuestras estudiantes las que tapan sus golpes con maquillaje, las que se mueren por abortos mal practicados, las que serán secuestradas por las redes de trata.
Cuando decimos #NiUnaMenos, es porque somos nosotras las que contamos a nuestras muertas, porque no hay estadísticas oficiales a nivel nacional ni provincial. Y lo estamos diciendo con la bronca que lanzará a los y las miles que nos movilizaremos mañana, 3 de junio, para exigir que se declare la emergencia en violencia de género en todo el territorio nacional.
Y nos estamos organizando para exigir que se destine presupuesto urgente para refugios que alberguen a las víctimas y a sus hijos. Refugios que pueden ponerse ya en funcionamiento, expropiando todas las viviendas ociosas, los complejos de departamentos que inundan las ciudades como expresión creciente de la especulación inmobiliaria. Los necesitamos ya, para que sean coordinados por las propias mujeres, organismos de derechos humanos, organizaciones realmente interesadas en defender nuestros derechos.
Exigimos, además, que todas las trabajadoras estén en blanco y tengan garantizado el acceso a la salud. Para las mujeres desocupadas, demandamos subsidios equivalentes a la canasta básica familiar.
El dinero debe salir de impuestos progresivos a las grandes fortunas y mediante la constitución de un fondo especial surgido de las dietas de todos esos funcionarios y políticos a los que vimos sacándose fotos con el cartelito de #NiUnaMenos. Que cobren como una maestra, como lo hacemos los diputados del Frente de Izquierda.
Es necesario empezar a desterrar de manera urgente los prejuicios machistas; hay que poner a toda la comunidad educativa, docentes, estudiantes, padres y madres, abuelos, a discutir de manera masiva e inmediata los fundamentos culturales e ideológicos de la violencia de género. Sin confiar en los hipócritas de toda laya que sostienen este sistema patriarcal, nuestra fortaleza estará en organizarnos desde ahora contra los opresores y explotadores de ayer y de hoy.
*Columna de opinión aparecida el martes 2 de junio en La voz del interior