Preparando una breve reseña sobre el texto de Terry Eagleton, Marxismo y crítica literaria que publicaremos oportunamente, andando por los andariveles de la relación entre forma y contenido, condiciones materiales, ideología que el marxista británico aborda, recordé cómo Virginia Woolf, una materialista "consciente aunque no confesa", describe la relación entre los géneros literarios a los cuales las mujeres van a volcarse en la escritura (la novela romántica) y las condiciones en las cuales esas mismas mujeres escritoras se desenvuelven en el ámbito cotidiano del hogar. De allí que, como lo plantea su texto, será imposible la dedicación de las mujeres a la literatura sin la posibilidad de contar con "un cuarto propio".
Recomiendo la lectura de este clásico de Virginia Woolf y como anticipo o introducción, copio debajo un muy buen texto de dos compañeras, Micaela Guas y Laura Champeau que apareció publicado en la revista "El fantasma de la libertad". En aquel momento no se lo encontraba digitalizado así que me tomé el trabajo de tipear. Lo dejo a disposición.
Las hermanas de Shakespeare
Adeline Virginia Stephen, la posterior autora de novelas como Las
olas y La señora Galloway y ensayos como Un cuarto propio y Tres
guineas, partirá en 1905 de sus ciudad natal junto a su hermana Vanesa,
luego de la muerte de su padre Sir Leslie Stephen. Más tarde se unirán con un
destacado grupo de artistas, para formar lo que se llamaría el “Bloomsbury
Set”.[1]
Frente a un mundo totalmente convulsionado por la decadencia de los
valores burgueses y la descomposición social cristalizada en el estallido de la
primera guerra mundial y por el esperanzador levantamiento de las masas que
enfrentaban y derribaban regímenes autoritarios como en la Revolución Rusa de
1917, los artistas e intelectuales de la época supieron que ya no podrían
reflejar con las mismas palabras un mundo que cambiaba constantemente.
Así, sus obras se vieron influidas e impregnadas por sus vivencias
personales y el momento histórico de esos años, y frente a estos por aparición
de la psicología, el cinematógrafo y el espíritu rebelde de las
vanguardias. Las más conocida de las
novelas , La señora Dalloway en sincronía con todo esto, se desarrolla
en una sola jornada y en ruptura con las estéticas ya consagradas de las
generaciones anteriores, la historia lineal y visible del personaje está
subordinada al relato psicológico interno, subjetivo y exploratorio , que a su
vez se entreteje con los eventos externos no solo al personaje sino también a
la novela, recurriendo para su construcción a técnicas de las vanguardias
pictóricas y en particular al montaje y los close-ups[2]
de los jóvenes cineastas y artistas cubistas.
Pero el campo intelectual se encontrará atravesado por las guerras,
crisis y revoluciones. En consecuencia la crítica hacia el mundo se encarada
desde distintos ángulos y puntos de vista. Virginia, desde su lugar y su
quehacer, emprenderá un gran aporte a la lucha por la emancipación de las
mujeres. Posteriormente, te transformará en un símbolo del movimiento feminista
del siglo XX.
Desde una visión marxista del mundo en general y de la lucha contra la
opresión de género en particular, queremos reivindicar el análisis materialista
que Virginia Woolf lleva adelante para examinar las condiciones adversas de la
relación entre la mujer y el arte. A pesar de no ser marxista, la autora del
ensayo “Un cuarto propio”, cuestiona el rol de la mujer analizando las bases
materiales que determinaban la opresión hacia el género femenino por un mundo
esencialmente victoriano. En dicho ensayo plantea que las mujeres no habían
participado en el arte en general, específicamente en la literatura debido a
que “para poder producir necesitan dinero y un cuarto propio”, tiempo y ocio.
Estos tres factores materiales, junto con las imposiciones culturales
constituidas en el transcurrir histórico del sistema paternalista se
transforman en trabas psicológicas para que las mujeres puedan construir “un
cuarto propio”: un espacio psicológico y personal, un espacio para elaborar
libremente.
“En primer lugar, hasta principios del siglo diecinueve, tener un cuarto
propio, para no hablar de una habitación tranquila a prueba de ruidos, era
inconcebible, a menos que sus padres fueran excepcionalmente ricos o muy
notables. Su dinero para gastos, que dependía de la buena voluntad de su padre,
le alcanzaba solamente para vestir, viéndose así privada de consuelos que
estaban incluso al alcance de Keats, Tennyson o Carlyle hombres pobres: una
gira a pie, un viajecito a Francia, un alojamiento independiente que, por
miserable que fuera, los protegía de los reclamos y tiranía de sus familias.
Las dificultades materiales formidables, pero mucho peores eran las
inmateriales. La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros hombres de
genio han hallado tan difícil de soportar, eran su caso no indiferencia sino
hostilidad. El mundo le decía, con una risotada “¿Escribir? ¿Para qué quieres
escribir?”[3]
Pero ¿Cómo una mujer podría escribir y participar en el ámbito artístico
si hasta no hace mucho tiempo no votaba, no tenía derecho legal sobre el ámbito
económico? O más aún, ¿Cómo una mujer trabajadora podría producir arte, si era
explotada como un medio fértil para la reproducción de su familia y además era
maltratada y alienada en una fábrica? Virginia se responde mirando en la
historia, en una historia escrita por hombres, donde las mujeres eran
excluidas, donde no las dejaban decidir, donde eran maltratadas y sometidas. La
historia no retrata o menciona ningún hecho trascendente con la mujer como
protagonista: si ella miraba al pasado no podía negar que pocas mujeres
hicieron algo, sin dejar de criticar que había un medio que las condicionaba a
no hacer nada. Cuando Virginia plantea que “cuando se es mujer la historia se
ve a través de la madre”, quiere decir, que el género femenino, tiene
generaciones y generaciones de personas que tuvieron una familia y una vida que
no deseaban , que nunca pudieron elegir o ni siquiera pudieron proponerse
objetivos fuera del plano familiar sin sentirse abrumadas por la mirada del
mundo. Asimismo, en los pocos casos que la palabra “mujer” aparece inscripta en
la historia, es siempre en una forma subordinada de la imagen masculina y del
rol secundario que le imponen. Según la autora, desde la historia del arte esto
se plasma en como, por ejemplo, la literatura, no crea personajes femeninos
basados en la realidad, sino que los dota de características absolutamente
ficticias , que no condicen con las necesidades y aspiraciones de las mujeres
en sus diferentes épocas. Aún hoy, en la plástica, el 70 por ciento de los
desnudos son de mujeres no reales, portadores de estereotipos de un imaginario
masculino que inventa mujeres funcionales al modelo de sociedad que el
patriarcado y el capitalismo necesitan.
“Hasta la época de Jane Austen, no sólo las grandes mujeres de la ficción habían
sido vistas por el otro sexo pone delante de su nariz. De allí, quizás, la
singular naturaleza de la mujer en la ficción; los sorprendentes extremos de su
belleza y su fealdad; su fluctuar entre una bondad celestial y una depravación
infernal, porque así la veía su amante, según su amor creciera o disminuyera,
fuera próspero o desgraciado. Supongamos, por ejemplo, que en la literatura se
retratara a los hombres solamente como los amantes de las mujeres, y jamás como
los amigos de otros hombres, como soldados, pensadores o soñadores; ¡Qué poco
papel podrían desempeñar en las obras de Shakeaspeare! ¡Cómo sufriría la
literatura!
Como por cierto está empobrecida más allá de nuestros cálculos por las
puertas que se les han cerrado a las mujeres. Casadas contra su voluntad,
forzadas a permanecer en una sola habitación y a cumplir una sola ocupación.
¿Cómo podía un dramaturgo hacer de ellas una descripción completa, o
interesante, o verdadera? El única intérprete posible era el amor.
Porque se han preparado todas las cenas, se lavaron todos los platos y
tazas. Todos los hijos fueron enviados a la escuela y salieron al mundo. Nada
queda de todo eso. Todo se ha desvanecido. Ni las biografías ni los libros de
historia dicen una sola palabra al respecto. Y las novelas, sin proponérselo,
inevitablemente mienten”.[4]
Virginia intentó imaginarse qué habría pasado en la época de Shakespeare
- época donde uno de cada dos hombres escribía- si este reconocido escritor
hubiese tenido una hermana con su mismo talento y su misma sensibilidad: “Un
genio como el de Shakespeare no se da entre los trabajadores, los sirvientes.
No se dio en Inglaterra entre los sajones ni entre los británicos. No se da hoy
en día entre las clases obreras. ¿Cómo podría haberse dado entonces entre las mujeres,
quienes - de acuerdo con el profesor Trevelyan - empezaban a trabajar casi
antes de dejar sus niñeras, forzadas a ello por sus padres y apegadas a ello
por todo el peso de la ley y la costumbre? Sin embargo, algún tipo de genio
debió haber entre las mujeres así como debió haberlo entre las clases obreras.
De tanto en tanto resplandece una Emily Bronte o un Robert Burns y prueba su
existencia (…) De hecho, me atrevería a decir que Anónimo, quien escribió
tantos poemas sin firmarlos, muchas veces era una mujer”
“Es muy probable que Shakespeare había ido a la escuela secundaria (su
madre tenía una herencia) donde seguramente
aprendió latín . Ovidio, Virgilio y Horacio- y elementos de lógica y
gramática. Se sabe que fue joven rebelde, que cazaba conejos en terrenos
vedados, que mató quizás algún siervo, y que debió casarse, bastante antes de
lo oportuno, con una mujer del vecindario que le dio un hijo bastante antes de
lo debido. Esa aventura lo llevó a Londres en busca de fortuna. Sentía, al
parecer, inclinación por el teatro; comenzó cuidando en la entrada de artistas.
Muy pronto consiguió trabajo en el teatro, se convirtió en un actor de éxito y
vivió en el centro del universo, conociendo, saludando a todo el mundo,
practicando su arte en las tablas, ejercitando su talento en las calles y hasta
gozando de acceso al palacio de la reina. Mientras tanto, su dotadísima
hermana, imaginemos, se quedó en casa. Era audaz y creativa como él, y
compartía las mismas ansias de ver el mundo. Pero a ella no la enviaron a la
escuela. No tuvo oportunidad de aprender gramática o lógica y menos aún leer a
Horacio o a Virgilio. De vez en cuando tomaba un libro, quizás de su hermano, y
leía unas páginas. Pero entonces entraban sus padres y le decían que zurciera
las medias o que cuidara el guisado y no perdiese tiempo con libros y papeles.
Le hablaban al mismo tiempo con rigor y benevolencia, porque eran gente
acomodada y conocían las condiciones de vida de las mujeres y amaban a su
hija…”
“Seguramente garabateaba a escondidas algunas páginas en el altillo,
pero tenía cuidado de ocultarlas o quemarlas”. En poco tiempo pretenden
obligarla a casarse, ella se rehúsa, por lo que su padre la golpea. De todas
formas toma valor y huye, e intenta vivir la misma vida que su hermano, quiere
ser actriz. En Londres, llega a la misma
entrada de artistas donde su hermano se había aventurado. Allí los hombres se
ríen de ella, para el director del teatro una mujer actuando era como un “perro
bailando en dos patas”. Judith, jamás podría aprender su oficio. “¿Cómo podría
siquiera cenar en una taberna o vagar a medianoche por las calles?”[5]
Virginia supone que terminaría embarazada de un hombre que se apiadaría
de ella y luego de años y años de tener una vida que no quiere, se suicidaría.
“esto sería más o menos la historia.”
“Porque una mujer del siglo dieciséis nacida con un gran talento se
habría vuelto loca suicidado o terminado sus días en alguna cabaña solitaria
afuera del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas. Porque
no hace falta saber mucha psicología para descontar que una joven de gran
talento que hubiera intentado ejercer su don para la poesía se habría visto
obstaculizada y resistida por otra gente, tan torturada, desgarrada por sus
propios instintos contradictorios, que indefectiblemente debía perder su salud
y su cordura. Ninguna muchacha podía caminar hasta Londres, pararse en la
puerta de un teatro y conseguir que la escuchase el actor-director sin que ello
significase una gran violencia y una angustia acaso irracionales. (…) A una
mujer que fuera poeta y dramaturga, vivir en el mundo del siglo XVI le habría
significado una tensión y un dilema capaces de matarla. [6]
¿Pero acaso, no fue Woolf misma, la Virginia Woolf del río Ouse, otra
hermana de Shakespeare? ¿Cuántas experiencias propias no se han filtrado en los
cuadros del ensayo?
Se dice que dudaba frecuentemente de su capacidad como escritora y que
nunca pudo sentirse satisfecha y segura de sus novelas. Se sabe que no acudió a
la escuela, que desde niña le enseñaron los destinos únicos de la mujer: el
matrimonio y la maternidad. Las mismas misiones supremas que cumplieron su
madre y, más tarde, su hermana Vanessa que de niña, sentía inclinación hacia la
pintura. Virginia Woolf tenía sentimientos ambiguos hacia su padre: lo admiraba
y amaba profundamente ya que le había inculcado el gusto OR ciertos autores y
lecturas. Sin embargo, al tiempo, lo culpaba de su propia inseguridad para
dedicarse a las letras. En su novela El faro, Virginia crea un personaje, el señor
Ramsay, haciendo una analogía con su padre quien no le confería a la mujer
capacidad para el arte, sobre todo, en la pintura y la literatura.
“Siento brotar en mí misma- escribió en uno de sus diarios- ahora mismo
por lo menos seis relatos y siento por fin, que puedo traducir en palabras
todos mis pensamientos. ¿Y si fuera a convertirse en una novelista interesante
- no digo en uno de los grandes- pero sí, interesante? Curiosamente - para lo
vanidosa que soy- hasta ahora no he tenido mucha fe en mis novelas”[7]
Soledad descorazonada, desgarro y lucha “con los propios instintos
contradictorios”, resistencias y obstáculos, restricciones y exigencias, el
querer ser y el deber ser, cuánto de eso hemos encontrado en la mujer creativa
del siglo XX! Cuántas de estas contradicciones se expresaron también en los
versos de otras, otras hermanas de Shakespeare tal vez, como Alfonsina Storni o
Alejandra Pizarnik por ejemplo!
Decía Alfonsina - “Bien pudiera ser que todo lo que en verso he
sentido/no fuera más que aquello que no pudo ser/no fuera más que algo vedado y
reprimido/de familia en familia, de mujer en mujer”[8]
Pero acaso cuántas, audaces y creativas, no son tratadas y abrumadas hoy
con “benevolencia y rigor” por sus padres y maridos, las costumbres, las instituciones,
el trabajo y los medios?
Cuántas somos aquellas, cuyos nombres y rostros permanecen ocultos y
silenciosos como sus propias estrellas, como sus propios poemas, atados con
cinta roja, guardados en alguna vieja caja de zapatos. Imaginándolos, postergándolos.
Cuántas somos las que no llegamos a la puerta del teatro, o a las posibilidades
de los grandes medios y nos quebramos u hoy perseveramos; y cuántas las que
abrimos las puertas, pero no más que para soportar competir o ceder a las
exigencias comerciales y estéticas, sexuales e intelectuales.
Entonces, ¿cómo podríamos hablar de libertad artística hoy en el sistema
capitalista? ¿Cómo podríamos hablar de libertad e un sistema en que el arte
está digitalizado por las leyes del mercado, en que el artista y la obra se
vuelven objetos de consumo? ¿Cómo podemos hablar de la libertad en el arte sin
ver las condiciones que el medio le impone al artista? ¿Cuántos y cuántas
tienen la posibilidad de tener su “cuarto propio” en este sistema?
Las mujeres estamos sometidas, por el solo hecho de serlo, a la
discriminación, el acoso sexual, la violencia y la humillación de un sistema
patriarcal basado en el machismo. Pero además, las mujeres somos la mayoría
entre los explotados y pobres de este mundo y una ínfima minoría casi
inexistente entre los poderosos dueños de las multinacionales que nos condenan
a esa explotación y a esa pobreza. Somos las que ocupamos los trabajos más
precarizados, cobramos salarios inferiores a los de nuestros compañeros varones
y por si eso fuera poco, estamos sometidas al trabajo no remunerado que
realizamos en nuestros hogares, limpiando la casa, cuidando hijos y sirviendo
maridos. Después de todas estas tareas, entonces, qué poco tiempo, creatividad
y ganas nos pueden quedar para explotar nuestra sensibilidad artística y
nuestros sueños.
En la sociedad capitalista, las mujeres que podemos llegar a ser
artistas somos mucho menos reconocidas que los artistas masculinos. No sólo las
posibilidades de exponer o publicar, en comparación a las de los varones, son
mucho más bajas, quedando limitadas al ámbito de la intimidad.; sino que día a
día, se nos transforma y viste, se nos exige de nuestro cuerpo como no se le
exige a un “perro bailando en dos patas”. y se nos exige de nuestro espíritu una
adaptación a un mundo mayoritariamente masculino y sujeto a demandas ajenas y/o
contrarias a las propias, nacidas de nuestros propios instintos creativos y
aspiraciones a una vida plena y libre. Es fácil comprobar esta abismal
desigualdad si vemos en la historia del arte, o de cualquier disciplina, la
ausencia de las artistas. Cuántas mujeres directoras de cine, escritoras,
pintoras, etc, han conseguido atravesar el tortuoso camino del reconocimiento
artístico y cuántas han quedado en el camino o en el punto de partida.
Por eso “La teoría de que el genio poético sopla donde quiere, y entre
los ricos y pobres por igual, encierra poca verdad. La libertad intelectual
depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y
las mujeres siempre han sido pobres, no durante doscientos años solamente, sino
desde el principio de los tiempos. Las mujeres han tenido menos libertad
intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres, entonces, no
han tenido más chancees que un perro de escribir poesía. Por eso es que he
puesto tanto el acento en el dinero y en un cuarto propio”. [9]
Virginia Woolf no publicó hasta los 37 años. Pero publicó. Y lo hizo
contra viento y marea bajo las alas de su propia personalidad, estilo,
opiniones, conflictos y sueños.
Con la necesidad y la certeza de pelear por cambiar esta situación y
promover la creación de un arte independiente, que vea en el cambio
revolucionario de la sociedad su verdadera liberación y emancipación, nos
proponemos empezar a dar a conocer la obra de mujeres artistas, rescatando del
olvido todas esas voces que han sido silenciadas a través de la historia.
[1] “Grupo de Bloomsbury” formado en el barrio
londinense del mismo nombre, integrado por artistas librepensadores entre las
cuales estaba el crítico Clive Bell - esposo de Vanessa - y el escritor Leonard
Woolf de quien Virginia Woolf obtiene su apellido al casarse en 1912.
[2] Close-up (primer plano: Toma cerrada
generalmente utilizada para resaltar el rostro del personaje, sus movimientos
gestuales, etc.
[3] Virginia Woolf, Un cuarto propio(1929).
Ed. A-Z-Editora
[4] Idem
[5] Ibidem
[6] Ibidem
[7] Virginia Woolf, Diario íntimo II,
(1924-1931), ed. De Anne Bell, trad. De
Laura Freixas. Madrid, Grijalbo Mondari, 1993, p.37
[8] Alfonsina Storni, “Bien pudiera ser” en Irremediablemente (1919), ed.
Losada.
[9] Virginia Woolf, Un cuarto propio, op.
cit.
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